El proceso creativo de esta obra comienza desde una reflexión profunda sobre la soledad y el envejecimiento, temas que afectan a gran parte de la sociedad. Se inicia con una serie de bocetos preliminares que exploran los elementos visuales simbólicos, como la figura de un hombre desnudo y marchito, que representa la vulnerabilidad y el desgaste emocional de la vejez. La botella vacía y las flores marchitas complementan la escena, evocando la fragilidad y el paso del tiempo.
El uso de figuras añade una capa adicional de textura, otorgando a las representaciones humanas una naturaleza física más pesada y estática, como si estuvieran atrapadas en una realidad inmóvil. Esta figura parece estar observando su propia soledad.
El cuadro en desarrollo con el fondo amarillo es un paso inicial donde se busca establecer el contraste cromático que, al progresar la obra, se irá transformando en tonos más apagados y melancólicos, como se observa en las primeras imágenes de referencia, donde las flores marchitas en tonos oscuros y apagados acentúan la atmósfera de decadencia.
El proceso avanza mediante capas de color, donde se ajustan las sombras y las texturas, haciendo que los elementos individuales como la botella o la figura humana adquieran volumen y presencia, reforzando el simbolismo de la obra: la fragilidad humana frente a la inminente realidad de la soledad en la vejez.
Este desarrollo visual acompaña a la investigación sobre la soledad no deseada en la tercera edad, un tema de preocupación en España según las estadísticas presentadas en los artículos de referencia. Las cifras que indican el creciente número de personas mayores que viven solas influyen claramente en la obra, ya que la pintura se convierte en una manifestación visual de esta realidad social.
El último refugio. 2024
“La belleza está en el ojo del espectador, pero la verdadera belleza está en la experiencia personal de cada individuo”.
Mark Rothko