Metamorfosis.. el cambio no aceptado

Metamorfosis

Recientemente, el Parlamento de Galicia ha rechazado incorporar a su colección una obra de arte ofrecida en calidad de donación. No se alegaron razones técnicas ni formales, ni se cuestionó la calidad artística de la pieza. Simplemente, no fue aceptada. Este gesto, aparentemente menor, abre una reflexión más profunda sobre el papel que juegan las instituciones públicas en la construcción —o limitación— del relato cultural colectivo.

La obra rechazada no es una propuesta menor ni anecdótica. Se trata de una pieza de gran formato que representa una figura humana en suspensión, cuya forma se disuelve en hilos verticales de materia pictórica. El cuerpo, trabajado con tonos cálidos y textura expresiva, parece a punto de desaparecer, atrapado entre el sufrimiento y la dignidad. El resultado es una imagen poderosa, de fuerte carga simbólica, que no busca agradar, sino interpelar.

Estamos ante una pintura que domina la anatomía sin caer en lo figurativo convencional, que maneja el color con tensión emocional, y que transforma el soporte en un espacio de resistencia poética. Es, en definitiva, una obra que habla desde lo íntimo hacia lo universal, que se sitúa en el límite entre lo corpóreo y lo espiritual, y que lo hace con una madurez plástica incuestionable.

Lo más desconcertante es que la pieza fue ofrecida como donación. No se pedía remuneración alguna, solo el reconocimiento de su valor y un espacio desde donde hablarle a la ciudadanía. Rechazar una obra de esta naturaleza —con tal solvencia artística, y sin coste para el erario público— no puede entenderse sin considerar las lógicas de exclusión que aún perviven en muchos ámbitos institucionales. Aunque no se haya dicho explícitamente, se sobreentiende que el autor no pertenece al círculo “esperado”. Y eso, al parecer, basta para que una obra quede fuera.

Una institución pública como el Parlamento gallego debería ser un reflejo de la diversidad, la sensibilidad y la libertad de expresión que caracterizan a una sociedad democrática. Sus fondos artísticos no deberían limitarse a nombres consagrados, sino abrirse a propuestas valientes, actuales, incómodas si hace falta, pero genuinas. Rechazar una obra de este calibre, y además ofrecida generosamente, es rechazar una oportunidad de enriquecerse simbólicamente como institución.

El verdadero arte no siempre es cómodo. Pero cuando se produce desde la verdad y el rigor, merece ser escuchado. El silencio que se impone en este caso, al dejar fuera una obra tan cargada de sentido, dice más de los criterios que rigen algunas decisiones que de la obra misma.

Y lo que dice no es precisamente alentador.

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